Hola a tod@s! Ya va siendo hora de retomar las publicaciones. En primer lugar debo de excusarme por mi larga ausencia, no ha ocurrido nada grave, más bien todo lo contrario. Una parte importante del tiempo en el que el calendario no ha sumado ni un día en negrita lo hemos dedicado a visitar nuevos museos y yacimientos arqueológicos, a viajar, a leer y a estudiar (¡también a trabajar, no soy un noble decimonónico rico y aburrido como podréis suponer!). Resultado de todo esto será una serie de nuevos posts que espero que os agraden. Sin más preámbulos…marchando una de huevos!!
Los huevos de avestruz decorados.
Cómo ya imaginaréis los huevos de avestruz en la antigüedad constituían un auténtico objeto de lujo que no estaba al alcance de cualquiera, había que traerlos desde muy lejos, desde África, el único lugar dónde existían avestruces (no como hoy en día que es más fácil encontrar un avestruz africano que un lince ibérico). Su comercialización compartía las mismas rutas que, desde el corazón de África, proveían de otros productos valiosos como fueron el oro o la sal. La utilización de los huevos de avestruz, o más concretamente de su espesa cáscara, es antigua, al menos desde el Neolítico se ha documentado su existencia dentro del registro arqueológico bajo diferentes formas, quizás la más sorprendente sea su uso como punta de flecha. Sin embargo, si existe una cultura en la que las cáscaras de huevo de avestruz han alcanzado un nivel de representación, simbología y decoración sin precedentes, esta es sin duda la correspondiente al mundo fenicio-púnico.
La decoración y el labrado.
Dentro del mundo fenicio y púnico o cartaginés se han encontrado básicamente dos tipologías en cuanto a la forma de utilizar las cáscaras de estos huevos. La primera de ellas está claramente orientada a un uso como recipiente y por lo tanto comporta en muchas ocasiones la cáscara completa o bien una merma de la misma que puede llegar hasta dejarla en tan sólo un tercio del volumen total aproximadamente. La otra implica el uso de una fracción de la cáscara, generalmente irregular.
Dentro de la primera tipología encontramos varias posibilidades, la denominada “Forma I” se corresponde a una cáscara completa en la que se ha practicado un orificio en uno de sus polos, la “Forma V” sería igual pero con ambos polos perforados y la “Forma VI” sería la que presenta un único orificio, de mayor tamaño y en uno de sus polos, que sugiere la existencia de otro elemento a modo de tapón.
Aquellos casos en los que falta la parte superior se denominan “Forma II”, de ésta existen a su vez tres variantes: “Forma II-A” (presenta un borde liso o biselado), “Forma II-B” (cuyo borde se ha recortado en forma de dientes de sierra) y “Forma II-C” ( el borde aparece con una serie de pequeñas entalladuras tal y como podéis ver arriba).
La “Forma III” es fácil de reconocer por su forma de cuenco y la “Forma IV” también en forma de cuenco, pero con su único polo perforado.
Por último, la llamada “Forma VII”, tal y como se aprecia en la parte superior se define como un fragmento, generalmente irregular, de la propia cáscara del huevo en la que aparecen dibujadas pequeñas máscaras.
En la mayoría de los casos las cáscaras aparecen con sus superficies decoradas en color rojo ( aunque también existen en color ocre, azul grisáceo/verdoso o negro), el cual destaca mucho sobre el fondo , cuyo tono puede variar del blanco al ocre, pasando por el marfil. Las decoraciones aparecen bajo la forma de composiciones ordenadas de forma vertical u horizontal, en muchos casos formando metopas delimitadas por motivos geométricos. Aparecen motivos animales, pero principalmente vegetales como la “palmeta griega” (con un número de palmas que oscila entre 8 y 16) que mostramos abajo.
También son muy comunes las “rosas de ocho pétalos” que reproducimos a continuación.
La “flor de loto”, motivo muy atractivo, es también profusamente representado.
Igualmente aparecen todo tipo de “flores” en distintas etapas (cerradas, entreabiertas o abiertas totalmente). Hemos escogido la siguiente a modo de ejemplo.
Flor entreabierta.
Hallazgos en la Península Ibérica. Algunos ejemplos.
Aunque este tipo de objeto arqueológico es sumamente frágil y delicado (en muchos yacimientos a lo largo de todo el Mediterráneo se encuentran reducidos a polvo) se han hallado en nuestra península más de 800 de estos huevos, únicamente en las necrópolis asociadas a la ciudad de Baria (Villaricos, Cuevas de Almanzora. Almería) se han documentado más de 700, muchos de ellos en el interior de los hipogeos de su necrópolis, de la que ya hablamos en el post “LOS HIPOGEOS FENICIOS DE BARIA”
Estos huevos aparecieron depositados sobre un banco tallado en la piedra en el fondo del hipogeo junto a otra serie de objetos pertenecientes al ajuar funerario.
Huevo perteneciente a la necrópolis de Villaricos.
Otro lugar en el que se han recuperado estas piezas ha sido en la necrópolis fenicia del Cerro de San Cristóbal en la localidad de Sexi (Almuñécar, Granada). Esta necrópolis se caracteriza por estar compuesta por una serie de enterramientos denominados “tumbas-pozo”. Esta necrópolis está compuesta por una serie de pozos excavados en la ladera de una colina con una profundidad de 3 a 4 metros con nichos laterales. En su interior se colocaron urnas de alabastro conteniendo los restos del difunto, quedando estas cavidades selladas con lajas de piedra.
Espero que os haya gustado.
#Arqueosaludos.